León Felipe,... "sus obras"


“Versos y oraciones del caminante”, (Madrid, 1920).

En ese período juglaresco y andariego se gesta su primer libro: Versos y oraciones de caminante (1920). Y en ellos se asienta la primera piedra de su estética. Que no es piedra de audiencia, ni de iglesia, ni de palacio, sino piedra pequeña, piedra ligera, piedra aventurera. Sin rima ni cairel, ni metro ni cadencia.
Un diminuto guijarro que sin embargo hará saltar la chispa que encenderá el fuego que dará luz a todos los hombres. La misma piedra que León Felipe dirá más tarde le alcanzó la frente, lanzada por miembros de ambos bandos del ejército de los poetas; los domésticos, apegados a los viejos preceptos, y los nuevos, los ultraístas que en busca de una palabra distinta terminaron rindiéndole culto al simple rompimiento formal.
Aquellos versos y oraciones de caminante. que Enrique Diez-Canedo dio a conocer por primera vez a través de la revista “España”, no eran más que diminutos guijarros lanzados como dardos certeros al corazón del pueblo, de todos los pueblos, al corazón del universo. Un voto de humildad en una época de disipación, una poesía en voz baja, en tono menor, articulada en versos quebrados, como para parecerse más a la roca que se desgrana en laja y arena.
Este era su equipaje, tan semejante a una visera de papel y una lanza rota.


Versos y blasfemias del caminante

León Felipe escribe su segundo libro de Versos y oraciones de caminante, editado en 1929 por el Instituto de las Españas en Nueva York.
La piedra pequeña y el guijarro de los ríos cristalinos va conociendo el polvo y el barro. La arcilla se ha aglutinado en ladrillos que han servido para construir fortalezas que no permiten al hombre contar las estrellas.
Y el poeta intuye su empresa:
“Viniste a glorificar las lágrimas… / no a enjugarlas. / Viniste a abrir las heridas… / no a cerrarlas. / Viniste a encender las hogueras… / no a apagarlas. / Viniste a decir: ¡Que corran el llanto, la sangre y el fuego… / como el agua!”. La suerte está echada.
El poeta ha advertido que trabaja hoy en la sombra como todos.

“La insignia”, 1937.

Este poema se inició a raíz de la caída de Málaga y adquirió esta expresión después de la caída de Bilbao. Así como va aquí es la última variante, la más estructurada, la que prefiere y suscribe el autor. Y anula todas las demás anteriores que ha publicado la prensa.
No se dice esto por razones ni intereses editoriales. Aquí no hay Copyright. Se han impreso quinientos ejemplares para tirarlos al aire de Valencia y que los multiplique el viento.
Valencia, 1937.León Felipe

...Esta edición consta de cincuenta ejemplares en papel Corsican y 3.000 ejemplares en papel Chemalin. Colaboraron en su edición los camaradas trabajadores de los Talleres Gráficos de la Nación, en donde se terminó de imprimir el 25 de enero de 1938, al cuidado de Ernesto Madero y Geoffroy Rivas. Los fondos que se obtengan de su venta, se destinarán íntegramente a la edición de las obras del gran antifascista cubano Pablo de la Torriente-Brau.
Comisario Político en la Brigada de "El Campesino", caído en Majadahonda, el 19 de diciembre de 1936, en defensa de la democracia española. Ediciones Insignia. México, 1938.



“Oferta”, 1938.

Quien aborde ese recorrido del poeta, desprovisto de ropajes extraños y vestiduras ajenas, quien se asome a sus andanzas, a orilla de sus oraciones y blasfemias, a su calidad de concertista virtuoso, a su llanto y a su luz, a su hazaña prometeica, con la decisión de acompañarlo en su viaje, haciendo suya su canción, habrá de ir ascendiendo con él a ese sitio de Poeta Mayor. Tal vez entonces nos haremos con él ciudadanos mayores.

Y tal vez podamos entonces dejar nuevas indicaciones que se junten a las suyas, a las de Walt, a las de todos los que vienen detrás y a los que vengan después, para construir ese Mundo Mayor de nuestros sueños.

A ese recorrido llamo e invito



“El pescador de la caña”, 1938.

Detrás de sí ha dejado una gran obra escrita, de la que forman parte El payaso de las bofetadas y pescador de caña, que el primer lamento y la primera interpretación de la derrota en el conficto bélico español.
Los tràgicos momentos vividos por un hombre obligado a ser espectador de luchas fratricidas lo llevan a la convicciòn de que lo ùnico importante –y a veces, la ùnica salida posible- es caminar.. pero sin dejar de pensar e intentar pescar algo siempre con lo que tengas entre manos...
y lo que pesca realmente con su esfuerzo, con su mente.. son verdaderamente las congojas del èxodo y vuelve por tanto a encontrar en su exilio mucho màs cercana que nunca la España esencial, de la que jamàs habìa desertado, ni desertará mientras viva.


“Español del éxodo y del llanto”, (Méjico, 1939).

Hace ahora -por estos días- un año justo que regresé a México. Y poco más de un año que abandoné definitivamente España. Vine aquí casi como el primer heraldo de este éxodo. Sin embargo, yo no soy un refugiado que llama hoy a las puertas de México para pedir hospitalidad.
Me la dio hace diez y seis años, cuando llegué aquí por primera vez, solo y pobre y sin más documentos en el bolsillo que una carta que Alfonso Reyes me diera en Madrid, y con la cual se me abrieron todas las puertas de este pueblo y el corazón de los mejores hombres que entonces vivían en la ciudad.
Con aquel sésamo gané la amistad de Pedro Henríquez Ureña, de Vasconcelos, de Don Antonio Caso, de Eduardo Villaseñor, de Daniel Cosío Villegas, de Manuel Rodríguez Lozano... Entre todos se pudo hacer que yo defendiese mi vida con decoro... Después, México me dio más: amor y hogar. Una mujer y una casa. Una casa que tengo todavía y que no me han derribado las bombas


“El hacha”, (Méjico, 1939).

A León Felipe se le debe su puesto de Poeta Mayor. Y hoy, a cien años de su nacimiento, a 16 de su última partida, es tiempo de abrirle el cauce debido. Tal vez porque hacerlo nos conduzca a nosotros a una morada más alta, a una tarea más digna, un oficio más creador.
Y porque hacerlo ha de colocar al poeta en la cima de la colina desde donde sus canciones hacen crecer las espigas.
¿Será la misma colina donde Jesús leyó su sermón de la montaña?
¿Será aquel monte desde donde bajó Moisés aquellas tablitas de piedra labrada?
¿Serán las montañas desde donde el Che dejó escrita su hazaña heroica?
¿Será la Sierra Morena donde el Quijote habló a los cabreros?

Ganarás la luz”, (Méjico, 1943).

La primera respuesta a esa pregunta formulada al viento fue Ganarás la luz, escrito en 1940 y publicado en 1943. Libro síntesis, viene a decir con mayor claridad aún qué es y qué ha sido el poeta, ese hacedor de fogatas que ha recorrido la historia del mundo intentando disipar las tinieblas.
El poeta se levanta entonces como el hombre que ha aprendido a llorar, para hacer de su llanto un arma, su talismán y su pasaporte hacia la luz: “La vida es una lucha entre las sombras y mi llanto. / Vendrán hombres sin lágrimas... / pero hoy la lágrima es mi espada.”
Lo había dicho ya en 1929. Lo repite ahora: “La poesía está escondida en la sombra”. Pero “la poesía es el derecho del hombre / a empujar una puerta / a encender una antorcha / a derribar un muro, / a despertar al capataz / con un trueno o con una blasfemia.”

Mañana, las futuras generaciones observarán con asombro que los hombres de hoy no hayamos reconocido la estirpe de profeta, el Poeta Mayor que hay en León Felipe.

Mañana, cuando su polvo haya regresado a la matriz castellana que lo vio emerger, cuando venga de vuelta en el corcel del viento, sus libros serán traducidos a todas las lenguas y en todos los sitios se acudirá a ellos como hoy a los cantos homéricos o bíblicos.

Hoy, cuando apenas se vislumbran anuncio de lo que habrá de venir, permítaseme concluir, junto con Whitman “con dos advertencias al genio imaginativo de Occidente cuando se levante dignamente.


“Llamadme publicano”, (Méjico, 1950).

De 1950 es Llamadme publicano. El poeta ha ido y venido de regreso. Se había ido a crecer con los muertos y había estado entre los vivos anunciando que los muertos no se habían ido para siempre sino que estaban bajo tierra germinando. El poeta se encontraba con su antiguo barro y debía escarbar duro entre las rocas y las grietas por donde aprende a trepar la raíz.
Trayecto doloroso y terrible en el que hasta el traje de hombre se le fue rasgando. El poeta intuía que el tiempo de crecer y volver tenía una medida distinta a la que le dan los sepultureros.
Tal vez por eso su despedida era una aproximación a ese encuentro con un destino mayor, en el que habría de juntarse con Prometeo, con Job, con Jonás, con el Quijote y con Cristo, en su empeño de volver mañana en el corcel del viento.



“El ciervo”, (Méjico, 1958).

En 1957 aparece El ciervo y otros poemas. El poeta está solo. Lo había estado desde su nacimiento, desde más allá de su tiempo.
Lo había estado en el campo de batalla que vio dividir al hombre en mil fragmentos. Y lo estuvo cuando debió tomar el camino del destierro para prolongar el peregrinaje. Estuvo solo cuando se vistió de juglar para ir de pueblo en pueblo.
Lo estaba ahora que hasta su compañera Berta se le había ido. Solo, en ese tránsito de irse a crecer con los muertos, y todavía sobre la tierra, entre sombras mucho más oscuras, viendo aún a los mercaderes negociarlo todo, y a precios más costosos, más terribles aún. “Soy un viejo pobre y un pobre viejo” exclama León Felipe al dedicar su libro a Lucero Carral: “no tengo otra cosa mejor que poner en tus manos que este libro herético y desesperado.”



“Cuatro poemas con epígrafe y colofón”, (1958).

¿No son acaso sus sombras los mismos negros de Goya?
¿Y sus oraciones la misma estatura de El Greco?
¿Acaso León Felipe no es la prolongación, la continuación, la corrección de Velázquez? ¿No lo fue acaso de Walt Whitman?
¿No cubrió su palabra happiness con su llanto para preservarla de la herrumbre?
Las palabras del Eclesiastés que resuenan en la Tierra Baldía de Eliot ¿no es el tiempo que se hizo palabra en León Felipe? ¿No está presente en él la misma devastadora y aluvional celebración del hombre que hay en Neruda? ¿Y quién dirá que en su vieja flauta, su roto violín no resuena la quena de Vallejo, aquel sentimiento de amor de que hablara el Che?
¿Y quién dirá que en la estrella roja que dibujó en la frente de los hombres combatientes no había una para Martí, una para Sandino, una para Federico, una para Miguel?



“¡Oh, este viejo y roto violín!”, (Méjico, 1965).

León Felipe tiene ochenta años. Y ha cambiado momentáneamente la flauta por un violín. Dice él que su violín está viejo y roto y que no vale la pena comprarse otro.
Que con ese mismo va a tocar su canción de despedida. Pero menos mal que el viento no se va de un soplo. Junto a su canción de despedida, aún León Felipe habrá de escribir unas cuantas canciones que se olvidaron en sus Obras Completas. Y el poeta las aglutina en un nuevo libro: ¡Oh, este viejo y roto violín!. Con él se va al encuentro de Rocinante, de Sancho, del Quijote, sus viejos compañeros de viaje.
¿Acaso no vienen por la historia, como él, cansados de toparse con molinos, con la risa del gran público, con venteros y galeotes? Viene Sancho más enjuto y delgado, crecido en estos siglos, hijo del sol, súbdito y tributario de la luz.
Con ellos el poeta va a “La Gran Aventura” de cómo la visera se transformó en bacía, la bacía en yelmo y el yelmo en halo.
¿No lo había intuido ya el poeta mucho antes? Lo había dicho al pie del niño de Vallecas de Velázquez. Pero ahora el milagro crecía. No es el Quijote quien rescata el yelmo reluciente de Mambrino. Es la fuerza de la luz quien despoja al Quijote de armas y vestiduras para dejarle tan solo sobre su cabeza aquel brillo luminoso, que se hizo halo para siempre.



“¡Oh, el barro, el barro!”, (Méjico, 1967).
Quien aborde ese recorrido del poeta, desprovisto de ropajes extraños y vestiduras ajenas, quien se asome a sus andanzas, a orilla de sus oraciones y blasfemias, a su calidad de concertista virtuoso, a su llanto y a su luz, a su hazaña prometeica, con la decisión de acompañarlo en su viaje, haciendo suya su canción, habrá de ir ascendiendo con él a ese sitio de Poeta Mayor.
Tal vez entonces nos haremos con él ciudadanos mayores. Y tal vez podamos entonces dejar nuevas indicaciones que se junten a las suyas, a las de Walt, a las de todos los que vienen detrás y a los que vengan después, para construir ese Mundo Mayor de nuestros sueños.
A ese recorrido llamo e invito



“Rocinante”, (Méjico, 1967).

Aún verá nacer otro libro que parte del núcleo inicial de “La Gran Aventura” y que fue creciendo hasta hacerse Rocinante. Un poema escrito para mostrarles a los hombres la divina y humana cédula bautismal del loco centauro del delirio, el primero y más intrépido de los cuatro caballeros de la aurora, el único caballo del mundo que conoce la palabra justicia.
Y dice el poeta: mi biografía es como la tuya, y aquí en este libro van las dos juntas. “El mundo es el que se quebrará y romperá / no mi voz: / porque en el último desastre que ya se anuncia / lo único que se salvará será la voz de poeta / el verso eterno con el que se originó el mundo / y con el que volverá a nacer / el mundo venidero.”


2 comentarios:

Marta Herráez González. dijo...

Buenos días, podríais publicar el poema de "no tengo opriginalidad" del libro -este viejo y roto violín- Trato de buscarlo en internet o comprar el libro e imposible. OS LO AGRADECERÏA. MUCHAS GRACIAS!!!

Anónimo dijo...

Has hecho un "paseo" por León Felipe que me ha emocionado.
El poeta ,el gran poeta,para algunos desconocido.
El poeta sencillo y existencial al tiempo,el poeta de "los cuentos ya escuchados ..."
Te agradezco esta presentación tan "limpia" y admirable que has dejado a los ojos de quien quiera penetrar en el alma de esta piedra pequeña.
Saludos
Gloria
P.D.
Volveré por aquí.
Mi enhorabuena!!!!