León Felipe, Cristo y la cruz

León Felipe es el gran poeta al que suele asociarse con el poeta norteamericano Walt Whitman (1819-1892), no sólo porque lo leyó con pasión y lo tradujo, sino por su tono intenso, su inquieto canto a la libertad, su proclama y su oración mística.

Pero la mística de León Felipe nada tiene de dogmática ni de confesional, pues es espiritualmente íntima.

León Felipe es el poeta de la desolación trágica y la dolorosa nostalgia, el sentido de la falta ontológica y de la ausencia, la imposibilidad de responder a las preguntas fundamentales del hombre y la ausencia de lo divino.

Una poesía que se comprende en una trinidad: el misterio, la tragedia y lo divino. Lo humano es poético, el poeta es hombre. La vida es obra, la obra es vida: “puedo sacar mi biografía de mis poemas”. Una autobiografía vitalmente amada que se entreteje con la vida del poeta.

León Felipe se refiere a su obra y a su concepción del hombre: un Gran Poema Universal, dado a luz por todos los tiempos. León Felipe sabe que sólo es un poeta que recibe la antorcha para pasar la llama viva de la poesía a los poetas que vienen detrás. La voz humana es una poética que se repite como el mito por todos los siglos, es lo que siempre está sucediendo. Una voz humana, que es la afluente infinita de la poesía.

León Felipe no pertenece a ninguna escuela literaria. El es la singularidad poética. Es el encuentro entre lo español y lo universal. León Felipe no es el poeta del amor, sino del hombre y su dolor. De ahí el fuerte contenido existencial de su poesía. No va a buscar la esencia humana, sino su existencia: el dolor, el enigma, el absurdo, el vacío, la imperfección.

Por ello, su constante pregunta a Dios: ¿por qué y para qué existe el hombre sobre la tierra? El hombre es un ser inacabado, imperfecto: “El hombre tiene que parir sus alas”. Porque el hombre está hecho de un “barro mal hecho, mal cocido”. El hombre es, pero podría ser.

La poesía de León Felipe no es “un lenguaje poético”, sino un “estado poético”, un “estado de gracia” (como el Witz de los románticos alemanes).






La poética de León Felipe parte de que la palabra no es por sí misma un fin. La palabra sólo es “un medio”, “un ladrillo”, para levantar el palacio de la poesía.

La nota, cual ave en vuelo, que distingue todos los poemas de León Felipe es la sencillez. Porque es el poeta de la expresión directa, llana, firme, clara. León Felipe expresa el ansia de diálogo con Dios y con los hombres que se pronuncia en una violencia pasional. La poesía de León Felipe es una catedral edificada con versos blancos y libres, en la que no encontramos un solo poema encadenado a la métrica clásica o tradicional. Una voluntad de poema cuyo rasgo más característico es la interrogación cual forma de expresar su afán de conocimiento, su deseo de interpretar la condición humana, para encontrar el sendero hacia lo sagrado y su misterio. Una poesía escrita en puntos suspensivos, como si le faltaran las palabras... León Felipe es también el artífice del encuentro entre lo vulgar y lo sublime, para potenciarlos.

Cristo tiene un lugar especial en la poesía de León Felipe, como divino y humano. Un Cristo asociado al símbolo de la cruz. Como en la historia religiosa, Cristo y la cruz forman un todo, pues Cristo sólo adviene para morir en ésta, cual misión real y divina, a través del misterio de la redención.

Un misterio que es un secreto a voces, pues todos participamos de la redención (la salvación del mundo). Mientras se puede pensar en Cristo como obrero, predicador, profeta, impulsor de una nueva ley (el amor), que perdona todas las miserias humanas, víctima o Cristo crucificado, León Felipe habla y se dirige a El con palabras espontáneas, nacidas de la costumbre de hablarle.

Unos poemas en los que Cristo sufre en la cruz, y donde muestra la misión de Jesús como paradójica, enigmática e impenetrable: “viniste a glorificar las lágrimas... /no enjugarlas... / Viniste a abrir las heridas... / no a cerrarlas. / Viniste a encender las hogueras... / no a apagarlas... / Viniste a decir: / ¡Que corran el llanto, / la sangre / y el fuego... / como el agua!”. Cual acercamiento al Evangelio: “No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada”. O aquellas otras que tanto desconcierto producen todavía: “¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? Os digo que no, sino la disensión”. Y que en su más difundida versión rezan: “Yo no he venido a traer la paz sino la guerra”.

Un Cristo que también es el intermediario entre el cielo y la tierra: “Aquí cabe crucificado nuestro Dios, / nuestro Dios próximo, / nuestro pequeño Dios, / el Señor, / el Enviado Divino / el Puente Luminoso, / el Dios hecho hombre o el Hombre hecho Dios, / el que pone en comunicación nuestro pequeño recinto / planetario solar / con el universo de la luz absoluta / Aquí cabe ¡crucificado!... en esta cruz... / Y nuestra pobre y humana arquitectura de barro... cabe... ¡crucificada también!”

Porque para León Felipe la cruz es una necesidad humana, una cruz a nuestra medida. Porque Cristo vino a la tierra, para estar a nuestro alcance. A fin de comprender un poco del misterio divino: la cruz del sufrimiento humano. Por ello clama por una cruz sencilla, para el hombre y el poeta.

La cruz es abrazo fraternal al mundo: “los brazos en abrazo hacia la tierra”; con un mástil disparado hacia los cielos, cual clamor del hombre que se lanza a las alturas. León Felipe prefiere una cruz sencilla, símbolo de su poesía, realidad y vida en su jornada diaria: “Ahora esta piedra (...) la tengo colgada en la cruz que se yergue en la cabecera de mi cama (...)

Un día, Carlos Arruza mi sobrino, cuando vio que no tenía cruz que presidiera mi lecho, me regaló una preciosa y de gran valor, con un Cristo delirante (...) Pero como aquella cruz no me gustaba... Y se la devolví.

Entonces le mandé hacer a mi amigo el carpintero Ernesto, una cruz lisa y sin efigie. La cruz desnuda como la dejó Jesucristo ‘cuando al seno del Padre subió el Verbo y al seno de la tierra bajó el cuerpo’, cruz que fue construida para un Dios pero que ahora le viene perfectamente al hombre. Igual le sirve al juez que al bandolero”


El estilo de dirigirse a Cristo no cambia desde sus primeros versos; le habla frente a frente: “Cristo / te amo / no porque bajaste de una estrella / sino porque me descubriste / que el hombre tiene sangre, / lágrimas, / congojas... / ¡llaves, / herramientas! / para abrir las puertas cerradas de la luz. / Sí... Tú nos enseñaste que el hombre es Dios... / un pobre Dios crucificado como Tú. / Y aquél que está a la izquierda en el Gólgota, / el mal ladrón... / ¡también es un Dios!”.

La imagen poética fundamental de León Felipe es que Dios construyó la cruz para que la ocupen todos los hombres, a través de una fraternidad universal que alimenta su valor y significación:

“En la tragedia del Calvario... / retablo, historia, cuento... en ese cuento / contado por Dios, / deshojado por Dios / como una rosa de luz y de sangre / versículo a versículo, / pétalo a pétalo / y recogido en las cuatro bandejas de plata / de los Sagrados Evangelios... / ¿Cómo se llama el traidor?... / ¿Quién es el personaje siniestro?... / –Judas. / –¡No! / –¿Quién entonces? / Nadie. El viento (...) Judas es esa túnica sucia y vacía, / colgada de una higuera, / henchida, / bamboleada, / movida grotescamente por el viento.../ y un año se la pone Juan / y otro se la pone Pedro. / Lo mismo que la cruz / –¿Lo mismo que la cruz? / ¿También Cristo es el viento? / –¡Cristo es la cruz vacía! (...) ¿De quién es este año? / ¿A quién le toca hoy / el cetro de la caña de escoba, / el INRI / y la corona de sarmientos?”


Artículo escrito por ROSARIO HERRERA GUIDO publicado en La Jornada /Michoacán el 7 de abril del 2007. sección opnión.

2 comentarios:

mario dijo...

linda biografia

Anónimo dijo...

Excelente articulo de Rosario Herrera Guido. " Judas, es esa tunica negra archivada en el guardaropa de la historia que para que se cumpliera y se representara el evangelio tuvo que ponersela un actor cualquier el dia del estreno.